Cuando somos
pequeños nos gusta que nuestros mayores nos cuenten historias que nos hacen
viajar a otros mundos de fantasía, donde nuestra imaginación puede volar y
crear unas imágenes, que si bien no son reales, a nosotros nos hacen felices y
nos permiten disfrutar.
Esta misma
situación se repite en los primeros años de estudios musicales, inculcando a
los jóvenes alumnos conocimientos en forma de historias que en pocas ocasiones
tienen alguna relación con la realidad y el conocimiento objetivo.
De este modo, la mayor parte de alumnos e incluso profesionales, siguen pensando que las cerdas
del arco poseen unos minúsculos ganchos, semejantes a las hojas de las seguetas
utilizadas en marquetería, que producen el sonido al enganchar las cuerdas del
violín.
Cuando las cerdas
están recién puestas en nuestro arco y las cuerdas perfectamente limpias, si
intentamos tocar podremos observar que el arco resbala y no conseguimos emitir
ningún sonido. Por lo tanto podemos descartar la idea anteriormente expuesta,
ya que si las cerdas contaran con los “populares” ganchos, ¿no produciríamos
algún sonido con nuestro arco?
La verdad es que
los pelos del encerdado son totalmente lisos, como se puede comprobar con una
imagen ampliada por un microscopio. Entonces, ¿qué produce la vibración de las
cuerdas? La unión de tres factores, a saber: la resina aplicada en las cerdas,
el peso ejercido por el brazo derecho sobre el arco y el movimiento horizontal
del arco sobre las cuerdas.
La pérdida de
agarre tras un uso prolongado se debe a la suciedad que se va adhiriendo a la
resina con el paso del tiempo y a la grasa de nuestra piel que es trasmitida al
tocar las cerdas con nuestras manos. Para evitar esta pérdida de agarre se
limpian las cerdas con un trapo impregnado en alcohol que se frota a lo largo
de las cerdas hasta que eliminemos toda la suciedad. Cuando las cerdas estén
completamente secas se volverá a aplicar resina y tendremos el arco listo para
seguir tocando.
No obstante, las
cerdas sufren un deterioro con el paso del tiempo, producido por el rozamiento
con las cuerdas y también por aplastamiento de éstas entre la vara y las
cuerdas. Por lo tanto, cuando nuestras cerdas se van rompiendo y la pérdida es
de entre un 5% y un 10%, es el momento de cambiar la encerdadura, para evitar
tanto la desviación de la vara como el cambio de respuesta del arco.
Elemento de medición de cerdas |
La pregunta más
frecuente cuando un instrumentista trae su arco para cambiarle las cerdas suele
ser: “¿cómo sabes cuantos “pelillos” tienes que ponerle?”. La cantidad de cerdas
varía de un arco a otro, dependiendo de la rigidez y curvatura de la vara. Un arco con una vara
fuerte y con una curva muy pronunciada necesitará más cerdas que uno blando y
de escasa curvatura. Poner más cerdas de la cuenta en un arco, si no se realiza
bien, puede dar la sensación de blando, ya que difícilmente todas las cerdas
alcanzarán la misma tensión. Por el contrario, cuando se usan menos de las
indicadas el arco se vuelve nervioso y difícil de controlar en pasajes fuera de
la cuerda.
Las características
propias de las cerdas también son importantes a la hora de realizar un nuevo
encerdado. La propiedad que más nos afecta en este caso es la higroscopicidad
de las cerdas, es decir, la capacidad de absorber humedad del ambiente. La
variación de un 30% de humedad hace que las cerdas varíen su longitud en 2mm.
Por lo tanto no es lo mismo realizar un encerdado en verano que en invierno,
siendo necesario en el primer caso dejar las cerdas más largas que en el
segundo.
Otra de sus
características es la flexibilidad o capacidad para estirarse. El uso constante
y la tensión que sufre la encerdadura hacen que las cerdas se vayan alargando
poco a poco, lo que afecta tanto a la calidad como a la intensidad de la
ejecución, con lo que se hace necesario un nuevo encerdado.