sábado, 28 de junio de 2014

¡Un buen encerdado!


Cuando somos pequeños nos gusta que nuestros mayores nos cuenten historias que nos hacen viajar a otros mundos de fantasía, donde nuestra imaginación puede volar y crear unas imágenes, que si bien no son reales, a nosotros nos hacen felices y nos permiten disfrutar.

Esta misma situación se repite en los primeros años de estudios musicales, inculcando a los jóvenes alumnos conocimientos en forma de historias que en pocas ocasiones tienen alguna relación con la realidad y el conocimiento objetivo.

De este modo, la mayor parte de alumnos e incluso profesionales, siguen pensando que las cerdas del arco poseen unos minúsculos ganchos, semejantes a las hojas de las seguetas utilizadas en marquetería, que producen el sonido al enganchar las cuerdas del violín.

Cuando las cerdas están recién puestas en nuestro arco y las cuerdas perfectamente limpias, si intentamos tocar podremos observar que el arco resbala y no conseguimos emitir ningún sonido. Por lo tanto podemos descartar la idea anteriormente expuesta, ya que si las cerdas contaran con los “populares” ganchos, ¿no produciríamos algún sonido con nuestro arco?

Foto con microscopio de una cerda

La verdad es que los pelos del encerdado son totalmente lisos, como se puede comprobar con una imagen ampliada por un microscopio. Entonces, ¿qué produce la vibración de las cuerdas? La unión de tres factores, a saber: la resina aplicada en las cerdas, el peso ejercido por el brazo derecho sobre el arco y el movimiento horizontal del arco sobre las cuerdas.

La pérdida de agarre tras un uso prolongado se debe a la suciedad que se va adhiriendo a la resina con el paso del tiempo y a la grasa de nuestra piel que es trasmitida al tocar las cerdas con nuestras manos. Para evitar esta pérdida de agarre se limpian las cerdas con un trapo impregnado en alcohol que se frota a lo largo de las cerdas hasta que eliminemos toda la suciedad. Cuando las cerdas estén completamente secas se volverá a aplicar resina y tendremos el arco listo para seguir tocando.

No obstante, las cerdas sufren un deterioro con el paso del tiempo, producido por el rozamiento con las cuerdas y también por aplastamiento de éstas entre la vara y las cuerdas. Por lo tanto, cuando nuestras cerdas se van rompiendo y la pérdida es de entre un 5% y un 10%, es el momento de cambiar la encerdadura, para evitar tanto la desviación de la vara como el cambio de respuesta del arco.

Elemento de medición de cerdas

La pregunta más frecuente cuando un instrumentista trae su arco para cambiarle las cerdas suele ser: “¿cómo sabes cuantos “pelillos” tienes que ponerle?”. La cantidad de cerdas varía de un arco a otro, dependiendo de la rigidez  y curvatura de la vara. Un arco con una vara fuerte y con una curva muy pronunciada necesitará más cerdas que uno blando y de escasa curvatura. Poner más cerdas de la cuenta en un arco, si no se realiza bien, puede dar la sensación de blando, ya que difícilmente todas las cerdas alcanzarán la misma tensión. Por el contrario, cuando se usan menos de las indicadas el arco se vuelve nervioso y difícil de controlar en pasajes fuera de la cuerda.

Las características propias de las cerdas también son importantes a la hora de realizar un nuevo encerdado. La propiedad que más nos afecta en este caso es la higroscopicidad de las cerdas, es decir, la capacidad de absorber humedad del ambiente. La variación de un 30% de humedad hace que las cerdas varíen su longitud en 2mm. Por lo tanto no es lo mismo realizar un encerdado en verano que en invierno, siendo necesario en el primer caso dejar las cerdas más largas que en el segundo.


Otra de sus características es la flexibilidad o capacidad para estirarse. El uso constante y la tensión que sufre la encerdadura hacen que las cerdas se vayan alargando poco a poco, lo que afecta tanto a la calidad como a la intensidad de la ejecución, con lo que se hace necesario un nuevo encerdado.